La vuelta del malón - oleo de Ángel Della Valle |
El triunfo es una danza folclórica argentina, particularmente de la provincia de Buenos Aires y es una expresión de serena y varonil alegría por una victoria militar. Surgió durante las guerras de la independencia (1810-1824). Junto con la huella, la cifra, el estilo y la milonga, conforma el folclore surero, es decir, el propio del sur de la Provincia de Buenos Aires.
Uno de los triunfos más antiguos recopilados dice:
Este es el triunfo, niña
de los patriotas,
que diga de los patriotas
huían los realistas
como gaviotas
que diga como gaviotas.
Sus estrofas suelen comenzar con la frase "este es el triunfo..."
Cada estrofa está formada por un verso de siete y uno de cinco sílabas, forma denominada copla "de seguidilla" o "de pie quebrado", repitiéndose el segundo verso, a veces con el agregado de una o dos palabras antes de esta repetición ("que diga", "la pucha", "ahijuna", etc.).
Este es el triunfo niña
de los patricios
que diga de los patricios.
Cada verso se cantará en 2 compases resultando una estrofa de 6 compases, forma melódica única del folclore argentino, debido a que en la mayoría de los géneros se estila el uso de frases melódicas de 4 u 8 compases.
Este triunfo llamado "El de San Carlos", perteneciente a F. Chamorro y G. A. Villaverde ha sido magistralmente interpretado por don Alberto Merlo, cantor nacido en Santa Fe pero de alma surera.
Este es el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=wgsooq7MaHo
Este triunfo relata muy bien la batalla de San Carlos entre los indios chilenos de Calfucura y las tropas argentinas formadas por soldados de linea y los pampas de Catriel.
La batalla que celebra este triunfo
Este triunfo relata muy bien la batalla de San Carlos entre los indios chilenos de Calfucura y las tropas argentinas formadas por soldados de linea y los pampas de Catriel.
La batalla que celebra este triunfo
Las tropas nacionales al mando del General Rivas formaban así: a la
derecha estaban las 800 lanzas de Cipriano Catriel; en el centro un batallón
del 2º de línea, 170 hombres al mando del mayor Pablo Asies y el 9º de
caballería, 50 soldados a las órdenes del teniente coronel Pedro Palavecino,
más la columna al mando del teniente coronel Nicolás Ocampo y la izquierda
estaba formada por el batallón del 5º de infantería, al mando del teniente
coronel Nicolás Levalle, compuesto por 95 hombres y un cañoncito, única pieza
de artillería que entró en combate, un escuadrón del 5º de caballería de línea,
50 hombres mandados por los mayores Santos Plaza y Alejandro Etchichurry, 150
guardias nacionales de 9 de Julio conducidos por el capitán Nuñez, 14 baqueanos
al mando del capitán García y 140 indios amigos, del cacique Coliqueo. A
la retaguardia quedó, como reserva, una fuerza de 170 guardias nacionales de la
Costa Sur y 40 indios, al mando del teniente coronel Francisco Leyría.
Los efectivos totales dispuestos a entrar en batalla eran 1.575 hombres
fatigados, mal montados sobre caballos agotados por las largas marchas.
El gran
cacique se acercaba con las fuerzas repartidas en tres alas. La derecha,
formada por indios neuquinos y araucanos, un millar de lanzas al mando de su
hijo Namuncurá. Al centro otros mil salineros sumados a la tribu de
Pincén, conducidos por otro hijo, Catricurá, y a la izquierda otros mil indios
chilenos al mando de su hermano Reuquecurá, llegado en su auxilio de más allá
de los Andes. Como retaguardia y reserva, quinientas lanzas comandadas por
el temible Epumer, de la dinastía de los Zorros, conductor de las tribus
ranquelinas. Los indios doblaban a las fuerzas nacionales. La
aproximación la hacían divididos en cinco columnas paralelas que cubrían un
amplio frente, dirigiendo las maniobras al son de clarines. Mientras los
mapuches se acercaban a los huincas, por atrás se deslizaban hacia el Desierto
los ganados robados, apresuradamente arreados por la chusma.
Juan Calfucurá |
Tan pronto
como avistó al enemigo, Calfucurá ordenó desplegarse en el clásico semicírculo,
deteniendo la marcha.
Rivas
adelantó parte del centro, ordenando al teniente coronel Palavecino avanzar con
sus 50 hombres apoyados por 200 indios catrieleros de la derecha, con la consiga
de detener a Calfucurá y únicamente replegarse en último extremo y lentamente,
al tranco. Tres kilómetros se adelantó Palavecino, comunicando que los
indios se acercaban con fuerzas muy superiores. De inmediato Rivas ordenó
a Catriel adelantar toda la derecha y a Ocampo avanzar con el resto del centro,
sin perder un minuto. A galope tendido, levantando una pesada polvareda,
salvaron la distancia, desplegados de manera impecable para cubrir los flancos
de Palavecino.
Ya los
indios estaban encima. Calfucurá ordenó desmontar al centro, de acuerdo a
la táctica india. Las tropas también echaron pie a tierra, preparando las
armas de fuego. Los indios venían andando a la carrera, en una línea que
dejaba dos metros de luz entre hombre y hombre, tomando la lanza con la mano
derecha atrás y la izquierda adelante, con la punta hacia el enemigo. Estallando
en infernal gritería los indios se arrojaron al asalto cubriendo el aire con
sus escalofriantes ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!, buscando con el estruendo anonadar al
adversario y desbandarle las caballadas. Las carabinas abrieron fuego graneado,
repiqueteando en descargas cerradas, que abrían claros en la masa mapuche sin
poder contenerla. Con feroz violencia se produjo el choque de líneas,
entablándose un terrible cuerpo a cuerpo, donde ninguno aflojaba un metro. Los
soldados peleaban a bayonetazos, machetazos y culatazos, tratando denodadamente
que el empuje del asalto indio no rompiera los cuadros.
En la
derecha, Catriel dividió a sus hombres, haciendo desmontar a 400 y dejando a
caballo otros tantos, ordenando luego cargar contra la izquierda de Calfucurá,
mandada por Reuquecurá. Los catrieleros avanzaron blandamente, sin
convicción, ni espíritu combativo, siendo rechazados sin trabajo. En el
reflujo algunos comenzaron a desbandarse, dando grupas al campo de batalla y
tratando de alejarse. Desde ya que no era miedo lo que detenía a los
catrieleros, sino su repugnancia a pelear contra gente de su raza.
El momento era peligroso, porque el desbande podía generalizarse volatilizando a la derecha, o incluso provocando una deserción que llevara a los catrieleros al campo de Calfucurá, como éste había prometido. Catriel arengó a su gente tocando una cuerda muy sensible, la del amor propio. Desde muchos años atrás se venía desarrollando en el Desierto una situación de encono y rivalidad creciente entre los indios pampa y los indios chilenos. El flujo cada vez mayor de éstos hacia el este había creado un ambiente de rivalidad, aversión, e incluso odio entre ambos grupos. Catriel se limitó a recordarles que lo que tenían al frente eran indios chilenos. No hermanos de raza, sino intrusos de la pampa. El vibrante verbo del cacique dio resultado. En haz patriótico se cerraron los catrieleros, y enardecidos de bravura, se arrojaron, con Catriel al frente, en una carga formidable sobre Reuquecurá. Toda la derecha se trabó en feroz lucha, a pie y a caballo, puramente desarrollada entre indios, sin un solo huinca.Pronto Reuquecurá tuvo que empezar a ceder terreno.
El momento era peligroso, porque el desbande podía generalizarse volatilizando a la derecha, o incluso provocando una deserción que llevara a los catrieleros al campo de Calfucurá, como éste había prometido. Catriel arengó a su gente tocando una cuerda muy sensible, la del amor propio. Desde muchos años atrás se venía desarrollando en el Desierto una situación de encono y rivalidad creciente entre los indios pampa y los indios chilenos. El flujo cada vez mayor de éstos hacia el este había creado un ambiente de rivalidad, aversión, e incluso odio entre ambos grupos. Catriel se limitó a recordarles que lo que tenían al frente eran indios chilenos. No hermanos de raza, sino intrusos de la pampa. El vibrante verbo del cacique dio resultado. En haz patriótico se cerraron los catrieleros, y enardecidos de bravura, se arrojaron, con Catriel al frente, en una carga formidable sobre Reuquecurá. Toda la derecha se trabó en feroz lucha, a pie y a caballo, puramente desarrollada entre indios, sin un solo huinca.Pronto Reuquecurá tuvo que empezar a ceder terreno.
En la
izquierda de las fuerzas nacionales las cosas también empezaron mal. El
coronel Boerr mandó al ataque a Coliqueo, pero sus indios repitieron la actitud
de los catrieleros, atacando a desgano, de modo que se estrellaron contra las
lanzas de Manuel Namuncurá, volvieron grupas y se arracimaron desconcertados en
el punto de partida. La situación era crítica pues ya se venía encima la
contracarga del enemigo. Así transcurrió la primera hora de pelea. Los
tres sectores combatiendo ferozmente, soportando cargas y contracargas, sin
perder cohesión. En la derecha predominaba Catriel sobre Reuquecurá y en
la izquierda Namuncurá sobre Juan Carlos Boerr, mientras el centro mantenía
paridad, pero sin observarse la posibilidad de un rápido desenlace.
Aquello podía durar mucho antes de alcanzar una decisión. Así lo comprendió el general Rivas, lo cual, vistas las circunstancias, significaba que la balanza se inclinaba a favor de Calfucurá. En efecto, mientras el combate se prolongara, más allá del horizonte miles de cabezas de ganado robado se alejaba, internándose cada vez más en el Desierto, fuera del alcance de los huincas. Entonces el general Rivas tuvo el chispazo que le dio el triunfo. Decidió quebrar el centro de Calfucurá y envolverle las alas. Para ello debía reforzar el propio sector central, a costa de restar fuerzas a la derecha y la izquierda. La posibilidad de victoria residía en la rapidez de acción. Ordenó a Ocampo atacar vigorosamente con el 2º de infantería que se adelantó velozmente, abriendo fuego vivísimo. Atrás mandó a la reserva y a los indios de la izquierda. Leyría y Coliqueo se lanzaron en una fulminante carga de caballería que arrancó de ese sector, convergiendo con la que el propio general Rivas en persona, al frente de 300 lanceros de Catriel, desencadenó desde la derecha.
El impacto
fue formidable, y vanos los esfuerzos de Calfucurá por detenerlo. De
pronto los jinetes de las fuerzas nacionales se encontraron en campo abierto. Había
roto la línea calfucurache. Sin perder tiempo, Rivas ordenó envolver las alas
enemigas. Por la brecha abierta surgía un torrente de caballería, que
desplegándose a derecha e izquierda fue encerrando a los indios, mientras
Catriel por un lado y Boerr por el otro presionaban, aferrando a Reuquecurá y
Namuncurá.
Aquello podía durar mucho antes de alcanzar una decisión. Así lo comprendió el general Rivas, lo cual, vistas las circunstancias, significaba que la balanza se inclinaba a favor de Calfucurá. En efecto, mientras el combate se prolongara, más allá del horizonte miles de cabezas de ganado robado se alejaba, internándose cada vez más en el Desierto, fuera del alcance de los huincas. Entonces el general Rivas tuvo el chispazo que le dio el triunfo. Decidió quebrar el centro de Calfucurá y envolverle las alas. Para ello debía reforzar el propio sector central, a costa de restar fuerzas a la derecha y la izquierda. La posibilidad de victoria residía en la rapidez de acción. Ordenó a Ocampo atacar vigorosamente con el 2º de infantería que se adelantó velozmente, abriendo fuego vivísimo. Atrás mandó a la reserva y a los indios de la izquierda. Leyría y Coliqueo se lanzaron en una fulminante carga de caballería que arrancó de ese sector, convergiendo con la que el propio general Rivas en persona, al frente de 300 lanceros de Catriel, desencadenó desde la derecha.
Caballería de línea |
En pocos
minutos los indios, desorientados, confundidos, acosados por todos lados, se
desmoralizaron por completo, perdiendo cohesión y disciplina pese a los
esfuerzos de los caciques. Rápidamente cundió el desorden y el desbande,
buscando cada uno salvarse por su lado. Casi en el lapso de segundos se
había logrado la decisión. Rivas era dueño del terreno y Calfucurá, el
temible Calfucurá, quedaba derrotado por primera vez en su larga vida.
Enardecidos
por el triunfo, los vencedores sableaban y lanceaban a los vencidos. Los
indios que pelearan a pie buscaban desesperadamente a sus caballos, siendo
fácilmente aniquilados por los atacantes. En medio de un desorden
infernal, la carnicería era espantosa. De inmediato Rivas organizó la
persecución. Había que golpear duro y proceder rápido para aniquilar a
Calfucurá y recuperar el botín sustraído. Tres horas duró el acoso,
prolongando la batalla en escaramuzas aisladas, libradas con ferocidad inaudita
entre los indios y las fuerzas nacionales
Pero mucho
no podía continuar aquello. Bastante hazaña fue que se prolongara tres
horas, pues los caballos, cansados desde antes de la batalla, ya estaban
totalmente agotados. Los mismos hombres venían soportando falta de sueño y
de alimentos de días atrás.
Después
Sarmiento se enojó mucho con Rivas porque no siguió la persecución hasta
Salinas Grandes. En su escritorio y mirando un mapa demostraba que allí
pudo haberse terminado para siempre con todos los indios. Lo único que
tenía que hacer Rivas era galopar trescientos kilómetros más pampa adentro, sin
comer, ni beber, ni descansar, durante tres o cuatro días más…..
Consecuencias
de la batalla
Como primer
resultado de la batalla de San Carlos, fueron liberados 30 cautivos y se
recuperaron casi 80.000 vacunos, 16.000 caballos e infinidad de ovejas que los
indios se llevaban tierra adentro. Eso en lo inmediato. En cuanto al
recuento de bajas, es sumamente significativo. Las correspondientes a las
fuerzas nacionales fueron insignificantes: entre los blancos 15 muertos y otros
tantos heridos, y para los indios aliados 30 muertos y 14 heridos de los
lanceros de Catriel y Coliqueo,. En cambio, las bajas calfucuraches fueron
impresionantes: 300 indios muertos y 200 heridos.
Como batalla
en sí, como hecho militar, este acto de guerra posee innegable importancia. Primero
por el número de efectivos trabados en lucha. Recuerda Alvaro Martínez:
“Esta batalla constituye una de las más importantes y encarnizadas que se
libraron no sólo en la conquista del Desierto sino en toda la historia
argentina. En un país donde se ha peleado tanto no son frecuentes las
luchas en las que hubiera intervenido una masa de hombres tan numerosa.
Obsérvese
que en las batallas de nuestra historia como en Chacabuco, intervinieron poco
más de 5.000 hombres, en Tucumán no se llegó a esa cantidad y en Suipacha fue
aún menor”.
Pero donde
reside su mayor trascendencia histórica es en el curso posterior de los
acontecimientos. San Carlos marca el gozne donde gira la suerte de la posterior
conquista del desierto. Un desierto en el que pronto florecería un lirio de sangre india, nieto del bravo Calfucura, el Beato Ceferino Namucurá
Fuentes
- Portal www.revisionistas.com.ar
- Best, Félix – Historia de las guerras argentinas – Buenos Aires (1960).
- Clifton Goldney, Adalberto – El cacique Namuncurá – Buenos Aires (1956).
- Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
- Garra, Lobodón – A sangre y lanza – Buenos Aires (1969).
- Martínez, Alvaro M. – Orígenes de San Carlos de Bolívar – Buenos Aires (1967).
- Prado, Manuel – La guerra al malón – EUDEBA – Buenos Aires (1965).
- Ramírez Juárez, Evaristo – La estupenda conquista – Buenos Aires (1946).
- Scenna, Miguel Angel – San Carlos, la última batalla de Calfucurá.
- Shoo Lastra, Dionisio – El indio de desierto – Buenos Aires (1957).
- Todo es Historia – Año V, Nº 59, Marzo de 1972.
- Walther, Juan Carlos – La conquista del Desierto – Buenos Aires (1964).
- Yunque, Alvaro – Calfucurá. La conquista de las pampas – Buenos Aires (1956)
C''est toujours un plaisir de découvrir des faits historiques qui me sont tout à fait inconnus, ce Rivas et cette cavalerie sont très bien décrits, très belle introduction en musique de même...superbe article!
ResponderEliminarSalutations de France!
Cher Phil, je vous remercie beaucoup pour vos mots, toujours très aimable. Carlos
Eliminar