Busto de Cornelio Saavedra custodiado por soldados de su Regimiento |
El General Cornelio Judas Tadeo Saavedra fue el primer Padre de la Patria, según se desprende de los gritos de los orilleros
que lo aclamaban como tal en abril de 1811. Aunque no había sido criado en el campo como don Juan Manuel de Rosas fue como él, un gran conocedor de las tareas rurales obligado por el exilio y por otras vicisitudes de su vida y como don Juan Manuel recibió el espaldarazo del mismo General San Martín quien reconoció sus sacrificios por la Patria naciente y lo reivindicó.
Nació el 15 de septiembre de 1759, Otuyo,
Corregimiento de Potosí, Virreinato del Perú y falleció en Buenos Aires el 29
de marzo de 1829, Provincias Unidas del
Río de la Plata. Estudió en el porteño Colegio de San Carlos entre 1773 y 1776, fue regidor de la administración virreinal, en 1801 se le nombró alcalde de segundo voto y en
1805 administrador de los granos.
Los Patricios combatiendo contra el invasor inglés (reconstrucción histórica) |
Alejado el peligro de invasión por parte de los ingleses Saavedra sostuvo al virrey Liniers y, como jefe de los Patricios, derrotó a los sublevados, lo que demostró el verdadero poder de las fuerzas criollas en caso de conflicto.
Su adhesión y su participación decisiva en la Revolución de Mayo de 1810 se vio recompensada con el nombramiento de Presidente de la Junta Superior Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII que nuestra historia recuerda como la Primera Junta de Gobierno.
Su adhesión y su participación decisiva en la Revolución de Mayo de 1810 se vio recompensada con el nombramiento de Presidente de la Junta Superior Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII que nuestra historia recuerda como la Primera Junta de Gobierno.
Este potosino, que pasó de la gloria a la amargura
en tan solo unos años, supo ser en Buenos Aires “propietario de la calera de
los franciscanos, en la que sembraba dos potreros con alfalfa” ayudado por ocho
peones. En mayo de 1810 muchos peones de campo de las provincias trataban de
evitar el venir a Buenos Aires a laborar la tierra por temor a que los tomaran
aquí en las levas o el reclutamiento forzado de las armas, motivo por el cual
Saavedra “le pidió a las autoridades de Córdoba, Santiago del Estero y la Punta
de San Luis invitaran a concurrir a la cosecha a los suyos, muñidos con la
correspondiente papeleta que les evitara cualquier molestia”. Una medida semejante, confirma el buen tino de Saavedra y
lo muestra, a semejanza del Restaurador, como un hombre sensible a las injusticias que
pesaban sobre los trabajadores del campo y práctico para adoptar las soluciones
posibles.
Revolución
de los orilleros
Gaucho orillero |
Desde entonces se profundizaron las divergencias entre Moreno y Saavedra, pues encarnaban las dos posiciones irreconciliables que llegan hasta nuestros días. La visión de los iluminados era "ad extra" es decir miraban hacia afuera, vislumbraban el futuro con ojos extranjeros, querían romper no solo los lazos políticos sino también los culturales con nuestra Madre Patria, pensaban que nuestros males devenían de nuestro origen hispano y adherian fervientemente al liberalismo económico desarrollado y practicado por los ingleses. En cambio Saavedra posaba su mirada tierra adentro, era un ferviente católico y rechazaba los postulados de la revolucion francesa.
El exilio del héroe
Por eso fue posteriormente enviado “fuera del
territorio de las Provincias Unidas”, según se desprende de un mentiroso documento
firmado por Valentín Gómez y el agente británico Hipólito Vieytes (presidente y secretario respectivamente, de la tan homenajeada Asamblea del año XIII) en sesión secreta que se celebró el 8 de febrero
de 1814. El propio Saavedra explica en sus valiosas Memorias
que él y sus seguidores –entre ellos el patriota Dr. Joaquín Campana- estaban juramentados
a no obedecer ni a Moreno (a quien acusó de conspirar contra él hasta su
embarque final con rumbo a Inglaterra), ni a la princesa Carlota (integrante de
la familia real portuguesa, aliada desde 1707 de Inglaterra) y ni a los “jefes
de Córdoba, Montevideo, Lima, Potosí y Charcas que nos acusaban directamente
de insurgentes y traidores y se preparaban para hacernos la guerra”. El
destierro chileno, y luego sanjuanino, de Saavedra, ocurre por una ímproba
doble acusación que la Asamblea del Año XIII le enrostra: la de ser Carlotista
y ladrón. Así dice en sus Memorias: “La acusación de carlotista (2) me persiguió
durante mucho tiempo. Se dijo que mi hijo Diego y que Juan Pedro Aguirre no
habían viajado a los Estados Unidos por compra de armamentos, sino que una vez
en la corte del Brasil concluirían la venta de la Banda Oriental a Portugal.
Qué infamia la de mis enemigos. Ellos creyeron, además, que la traición iba
acompañada por el robo de veinte mil pesos de la Tesorería General (…) Mi hijo
fue despojado de su empleo de capitán de Dragones sin abonársele los sueldos y
más tarde confinado a la Guardia del Monte…”.
Es a partir de su expatriación que Cornelio
Saavedra decide iniciar la redacción de sus Memorias porque, dice, “creía sería
un sólido argumento para probar mi inocencia”. De esta manera, el prócer de
Mayo prefería humillarse “en el silencio de la alcoba” y partir, junto a su
familia, “en esos alejados pero dulces parajes” que le aguardaban.
Doble cruce de los Andes
Cruzó por primera vez la Cordillera de los Andes
para hacer escala en la República de Chile, donde residió algunos meses en
extrema pobreza y amenazado de muerte desde la ciudad portuaria que el 25 de
mayo de 1810 lo había designado presidente de la Primera Junta. Pero en el país
trasandino tampoco tuvo paz, puesto que debió huir de allí cuando en los campos
de Rancagua, las fuerzas españolas vencieron a las de Bernardo O’Higgins,
desatándose una cacería de criollos americanistas. Los realistas se la tenían
jurada a Saavedra por haber presidido el primer gobierno sin españoles de
Buenos Aires.
Con suma prisa, Saavedra y su hijo Agustín, de 10
años, pasaron a la provincia de San Juan, más bien a un inhóspito rancherío de
nombre Colangüil, ubicado a 5.200 metros de altura, en la geografía de la Alta
Cordillera. Ahí se reencontraron con el resto de la familia: la esposa de Saavedra,
Saturnina Otárola, y 3 hijos más (Diego José y Manuel José –de su primer
matrimonio con María Francisca Cabrera-, y Mariano Eusebio –de su segunda esposa-).
Así fue como, tras ocho días de travesía, Cornelio
Saavedra e hijo volvieron a cruzar la codillera hasta que llegaron a la
estancia “La Cordillera de Calanguay”, casa o rancho que a comienzos de la
década de 1960 se conservaba en pie. “La casa de Saavedra en Colangüil –dice un
cronista- es lo que queda, casi en ruinas, de un rancho con paredes de barro
apisonado y techo a dos aguas de barro y paja sobre la armadura de ramas.
Humilde y baja, como todas las del lugar, con las puertas mirando al Norte, el
tiempo le ha hecho estragos y si aún se mantiene en pie es porque la tradición
transmitida de padres a hijos conservó el recuerdo de que esa era la “casa del
prócer de mayo” y fue objeto de cuidados especiales”. Afuera de la casa, a unos
pocos metros, Saavedra había levantado un oratorio, y por dentro el rancho contaba
con dos habitaciones: dormitorio y cocina, y aireada con “un único ventanuco”.
Aparte de su familia, la única compañía de Cornelio
Saavedra en Colangüil fue “un peón”, sufriendo en carne propia las penurias del
exilio, el olvido y la soledad. En sus Memorias, anotó que allí “cuando iba a
comprar carne (presumiblemente en Angualasto) tardaba tres días, en los que no
tenía más compañía que la de los leones y guanacos que abundan en aquellas soledades”.
Según se afirma, la estancia donde se hospedó el brigadier general pertenecía a
una antigua familia de la comarca de apellido Montaño, la cual le prodigó protección
para él y los suyos. Al dar algunas referencias de Colangüil (Saavedra le
llamará al lugar “Calanguay”), manifiesta que se trataba de una “olvidada
región del universo” donde el ocultamiento del sol en el horizonte expresaba
una “tristeza casi infinita”. Y como epílogo de su exilio, Cornelio Saavedra
hace saber que “Mi estadía en San Juan y Chile me hizo comprender el silencio
de las montañas, ese enorme y pavoroso silencio de Dios que tantas cosas dice
al que bien lo escucha”.
Brigadier 1816 |
Recién en 1816 se le hizo justicia a Saavedra para
que pueda retornar a Buenos Aires, previos trámites hechos por el gobernador
intendente de Cuyo, José de San Martín. También, por fin, sería revisado su
juicio de residencia de antaño por tres abogados que encontraron que la
conducta de Saavedra había sido limpia. Así, pues, se efectivizó su reivindicación
y la restitución de sus cargos y honores.
Sus últimos servicios a la Patria
En 1818 el Congreso Constituyente dió por terminada la causa judicial que lo perseguía y lo nombró Brigadier General y en ese cargo se dedicó a organizar al Ejército como Jefe del Estado Mayor. En 1819 fue nombrado Delegado Directorial fronterizo en la
Villa de Luján y como tal combatió el creciente robo de ganado de la
campaña ya que muchos paisanos, al no ser llamados al servicio de las armas, quedaban
ociosos y poco prestos para retomar los trabajos en la agricultura, por eso al que podía incurrir en el abigeato o que no pudiera demostrar un medio adecuado de subsistencia, le obligaba a “buscar en quince días un patrón a quien servir, en el concepto de que no hacerlo sería reputado como vago”. Pero su mayor contribución por aquel entonces consistió en el efectivo control que realizó de la frontera con el indio y un tratado de paz con los Ranqueles que trajo un poco de tranquilidad a las poblaciones. Precupado por la salud de sus compatriotas, pocos meses antes de la primera expedición al desierto dirigida por el brigadier general Martín Rodríguez, el ya veterano general Saavedra hizo una furtiva recorrida por los fortines de frontera junto con un vacunador para inmunizar
a los criollos “del grave flagelo de la viruela” que tendía a convertirse en
pandemia.
Por herencia de su suegro, don José Antonio de Otálora, Saavedra recibió tierras en el Rincón de Areco y en la costa del Paraná pero al momento de testar no tuvo una gran fortuna que distribuir, pues si bien dijo tener “un buen número de ganado”, era un centenar de
yeguarizos, 13 caballos de trabajo y 180 animales más, entre burros y mulas, un número bastante
inferior a lo que los grandes estancieros y hacendados de su época llegaron a
acumular.
En 1822 se retiró definitivamente del Ejército, pero ante la guerra con el Brasil se presentó inmediatamente para servir en el campo de batalla, su generoso ofrecimiento fue agradecido pero declinado por el Gobierno dada su avanzada edad.
Sea en el cenit del poder o en las soledades del
exilio, Saavedra siempre fue un hombre austero y ejemplar, lo cual queda reflejado por los relatos de quienes lo conocieron y se adivina en sus Memorias que él dedicó a sus hijos y a sus nietos, y
también a “todos aquellos que en los tiempos presentes o futuros se
pregunten quién fue Cornelio de Saavedra”.
Referencias
(1) En carta que le escribiera a su amigo Feliciano Chiclana el 11 de febrero
de 1811, Saavedra expone: “(…) primero seremos víctimas del cuchillo que
entregarnos a nuestros antiguos opresores, y finalmente primero nos mataremos
unos a otros que reconocer a Elío, a la Carlota, ni a ningún otro amo que
nosotros mismos”.
(2) La acusación de carlotista se la hizo con saña
particular Bernardo de Monteagudo.
Bibliografía:
Elissalde, Roberto L. “Cornelio Saavedra y su vida
en el campo”, Diario La Nación, Rincón Gaucho, 26 de diciembre de 2009.
Kraken, Edmundo. “La casa de Saavedra en Colangüil”, Revista Vea y Lea, Buenos
Aires, 1960.
Palermo, Pablo Emilio. “El hombre de Mayo. Memorias de Cornelio de Saavedra”,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003.
Fuentes:
www.revisionistas.com.ar
www.lagazeta.com.ar
Gracias, muy buen artículo sobre Saavedra.
ResponderEliminarUna pregunta: hay alguna recomendación para empezar a coleccionar soldaditosde plomo? Tengo unos pocos, y me gustaría hacer una colección.
Saludos
Adriana
Ante todo muchas gracias por su amable comentario, puedo darle algunas sugerencias que me han servido.
Eliminar1) Decidir si se van a adquirir soldaditos de plomo para coleccionarlos exclusivamente o se pretende también utilizarlos para el juego de guerra. (Si fuera este último caso habria otros aspectos a tener en cuenta)
2) Empezar con un tema y desarrollarlo: independencia argentina, napoleónicos, antiguos, medievales, etc. y dentro de cada época se puede elegir empezar con una nacionalidad o un determinado tipo de tropa, por ejemplo: los húsares del período napoleónico para los franceses serían 13 a 14 figuras, y habría que sumarle los austríacos, prusianos, rusos, etc para considerar solamente las potencias mas importantes del período. Otro período muy vistoso es el de la Guerra de los Siete Años. Otra idea: las Ordenes Militares de las Cruzadas: Templarios, Hospitalarios, etc.
3) Decidir el tamaño de las figuras 54 mm, 90 mm. Si se decide por figuras pequeñas como los de 25/28 mm, que colecciono yo, le sugiero que las organice por unidades como batallones de infantería de 30 figuras o regimientos de caballería de 15 figuras aproximadamente, donde se represente la tropa. algún oficial, un abanderado un tambor o un clarín, zapadores, etc.
4) No comprar en cualquier parte, seleccionar un buen pintor y hacer el encargo detallando bien lo que se desea. Eso implica una interesantísima búsqueda de información que enriquece al coleccionista en aspectos históricos y artísticos
5) Ir pensando en un lindo lugar para exponer las piezas
6) Si se dispone de recursos para comprar en el extranjero, se pueden encargar originales para armar y pintar. Inclusive existen magníficos pintores que publican sus trabajos en Internet.
7) Si no se dispone de tantos recursos siempre es posible comprar copias con las que un buen artesano hará maravillas.
Cordialmente, Carlos