El escuadrón de Húsares de Vivas, se había alineado junto con los Cazadores de la Reina y esperaban la orden de entrar en batalla. Don Lucas Vivas, un criollo de pura cepa, revistó las filas, verificó el
correaje y el armamento. Dirigió luego un vistazo a los hombres, montados
en caballos pequeños pero listos… Los fletes piafaban impacientes. Los húsares,
masa heterogénea, reclutada y disciplinada al azar, en esa hora imperiosa de la
defensa. De las compañías, una sobresalía. Era la primera, compuesto de
tipos bizarros( 1). Un teniente joven de dieciocho años la mandaba.
A poca distancia la batalla se había transformado en un violento huracán de fuego. El general Withelocke quemaba los últimos cartuchos. ¡Por nada iba a perder la confianza de la corona! Por el norte y el centro la ciudad ardía. Orden terminante de conservar la ciudad. Los ingleses habían concentrado sus elementos y resistían.
El teniente –un adolescente forjado en esa hora heroica-, se alistó de los primeros para defender la ciudad cuando la fuga de Sobremonte. Ahora, recién ascendido, al frente de sus subordinados, estaba impaciente. Vivas caminó algunas varas, y dirigiéndose a los jefes de compañía, les dio la orden de correrse hasta el río, y despejar… “¡Si es necesario, morir antes que ceder!…” El teniente levantó su sable y saludó. El escuadrón empezó a desfilar. Ciento ochenta hombres, tostados por el sol, reclutados en Flores y Barracas, componían el escuadrón. Todos lucían el uniforme azul con alamares blancos, el plumacho blanco en el morrión, y el mismo color en el cuello y en las bocamangas. Las monturas eran de lana. Las bridas hechas de trozos y unidas por argollas. Estaban armados de carabina, pistolas y sable.
Pero, al poco rato, la voz del jefe resonó enérgica:
“Escuadrón pie a tierra”. La tropa obedeció. Y en seguida:
“Desensillen; las monturas en tierra”. Los soldados desprendieron las
cinchas y los mandiles. Y luego: “Revisen las bridas”. Los criollitos acariciaron sus parejeros. Los
paisanitos les llamaban por sus nombres “Ruso”, “Relámpago”, “Terrible”… Vivían
casi en comunidad con ellos. Algunos relinchaban, otros iniciaban
corcoveos. El peligro del momento los unía. ¡Parecían estos
animales adivinar la gravedad de la situación! En esa hora de fulgurante patriotismo, los cuerpos de
caballería se habían formado con casi todo el paisanaje, que aportó sus
cabalgaduras. El gobierno se contentó con uniformarlos.
Mientras tanto el volcán ardía en Santo Domingo.
Dos mujeres que huían, se refirieron a la espantosa carnicería del Bajo.
Sin trepidar, el jefe mandó: “Escuadrón, ensillen”. Y en seguida se
dirigieron a la ribera.
La borrasca aumentaba a medida que se acercaban.
El joven teniente buscaba orientarse, montado en su caballo “Tempestad”, animal
inteligente y travieso; pero ya a la altura de la calle de San José, divisó
clara la refriega. Uno de los batallones de Patricios había acorralado al
enemigo, encerrándolo casi en Santo Domingo. El coronel Pack se
atrincheró en el templo.
El escuadrón marchaba al trote hacia su destino. Las voces
de los combatientes se traducían por explosiones y aullidos. Momentos
después, y puestos en marcha, llegaban al Bajo, donde una fuerza criolla
combatía. Desembocaron por San Francisco. Las casas de un solo piso
abrigaban hombres que combatían de civiles. Desde las azoteas, las
mujeres, con agua caliente, inundaban literalmente al enemigo. Pero los
vivas se convertían en ovación, cuando la proximidad permitía divisar mejor la
juventud del teniente. Adolescente, heroico, cabalgaba bien apuesto hacia
la muerte o el misterio, midiendo sus responsabilidades. ¡Y de emoción el
sable le temblaba!
El inglés quería posesionarse de la Plaza, era
necesario cortarlo. El escuadrón estaba ya bastante cerca de un batallón enemigo
que desembocaba hacia el río buscando llegar a su objetivo.
Los ingleses los vieron acercarse y con la frialdad que la veteranía formaron en cuadro, pero también desde la fortaleza divisaron al cuadro inglés y un cañón abrió fuego. Pronto debió dejar de disparar pues por la playa ya cargaban los Húsares de Vivas y los Cazadores de la Reina.
El jefe calculaba la distancia e interpelando al
clarín ordenó el toque de: “¡Atención!”. Las hileras se
estrecharon. Las carabinas fueron colgadas. Se desenvainaron los sables.
El inglés se defendía. Era menester
triturarlo. Por la costa del río, el escuadrón tenía un amplio campo de
maniobra y de matanza. Y cuando iniciaban la maniobra, una descarga
cerrada volteó cuatro hombres. El jefe, entonces ordenó: “¡A la carga!¡A
degüello! Fue una tromba. Caballos y húsares se confundieron.
El teniente se puso a la cabeza de la carga, de pie sobre los estribos, en una
carrera enloquecida. Sonriente, sereno, agrandado por su propia valentía,
el sable extendido, el muchacho era la encarnación de la furia.
Su morrión tomaba formas raras, épicas. Su
pecho, hinchado, clamaba entusiasta. Las crines de “Tempestad” semejaban
olas desparramadas en el mar. El teniente le acariciaba. Se lo
habían regalado dos años atrás y preparado para todas las maniobras, el animal
bailaba… Había que verlo, antes, cuando la música entonaba una mazurca,
marcar el paso, unir las patas, levantarse de la grupa y hacer un saludo, el barrio salía a la puerta para ver pasar a “Tempestad”. Ahora
“Tempestad” volaba. Parecía aliviado, no tocaba el suelo, tenía
alas.
Apenas tomó contacto con el enemigo, le bajó los dientes a un
inglés, agitó su cabeza, como diciendo “¿qué te parece?”. Los molinetes
heroicos, los sablazos, las fintas, las luchas cuerpo a cuerpo, los caballos
derribados en el entrevero y vueltos a la acción, los mandobles a diestra y
siniestra, todo era ensayado por el paisanaje. Las filas enemigas se
abrían… una boca mortal que iba a apretar al escuadrón bravío. Pero los húsares habían perdido la noción del tiempo y
de la situación, heridos algunos, apretados otros, a pie o a
caballo, entre el dolor, los ayes y las imprecaciones, los insultos y las voces
de mando, peleaban contra un enemigo superior. La horrorosa carnicería
dejaba ver las víctimas innumerables.
El teniente arengaba a sus hombres. Los
llamaba. Reformaba las columnas. Y se batía que era un
contento. De un sablazo derribó a un infante. De una coz,
“Tempestad” volteó a otro. Rivalizaba con su dueño. Estiraba el
cuello y en fija, el enemigo al suelo. Le asestaron dos lanzazos.
¡El entonces contestó a coces! El teniente se reía, cantaba
versitos y, despreciativamente, volteaba cascos y morriones. Unos
cuantos planazos, una herida de sable leve, un hilo de sangre fueron el lote de
“Tempestad”. Pero éste, expeditivo, a las mil maravillas hacía hueco en
la masa. Separado de sus soldados, un círculo de hierro va estrechando a
ambos. ¿Caerá prisionero?
Pero el enemigo se vuelve atónito, lleno de asombro,
lo que ve a “Tempestad” marcar los tiempos de la mazurca y describir sus
movimientos. Toda la coquetería del macho se ponía de relieve en este animal,
que bajo la lluvia de balas se acordaba de la contradanza del barrio. Sus
patas avanzaban, se unían, alzaba la cabeza y saludaba con la grupa. El
teniente ya no le gobernaba, él también miraba su cabalgadura en esta
siniestra danza de la muerte...y mientras “Tempestad” seguía con sus giros ante el enemigo que huía, llegaba la noticia de la rendición de
Withelocke y desde ese día al 2ºEscuadrón de Húsares Voluntarios Urbanos lo conocieron como los "Bravos de Vivas"
Adaptado de: El teniente de Húsares, Juan Carlos Garay- Revista Caras y Caretas,
Nº 921, 27 de Mayo de 1916
Fuente
www.revisionistas.com.ar
NdR
(1) Bizarro: bravo, corajudo, valiente y, por lo general, apuesto.
NdR
(1) Bizarro: bravo, corajudo, valiente y, por lo general, apuesto.
Épique et sanglant, une histoire formidablement illustrée Carlos, ces hussards et chasseurs de la Reine ont eu leur moment de gloire...Superbe mise en scène!
ResponderEliminarSalutation,
Phil.
Comme toujours si gentil, Phil! Je souhaite que la traduction n'a pas été difficile, car il est une très vieille histoire, publiée en 1916, et la grammaire utilisée est pas courant. Gros câlin et merci beaucoup encore une fois, Carlos
Eliminar