La armadura, es decir, la vestimenta protectora para el combate, se remonta a la antigüedad temprana y estuvo asociada casi siempre a un alto nivel socioeconómico, ya los usuarios casi siempre debían asumir su costo. Cada rincón del mundo desarrolló su propio modelo de armadura, como es lógico, aunque con el paso de los siglos los contactos y las relaciones comerciales permitieran incorporar elementos de un sitio a otro. Como la geografía insular de Japón le permitió permanecer en aislamiento mucho tiempo, su modelo de armadura tuvo unas características propias hasta que la llegada de los europeos en el siglo XVI introdujo algunas novedades.
Las armaduras niponas primigenias se llamaban tanko y
estaban hechas de placas de hierro, lacadas para protegerlas de la meteorología
y unidas mediante cordones (que podían ser de seda trenzada en los casos más
exquisisitos). Las placas no cubrían todo el cuerpo por el exceso de peso que
suponían, que podía alcanzar los treinta kilos. El tanko fue evolucionando,
aligerándose progresivamente hasta llegar en la época Helan (clásica) al modelo
más conocido, el dō, que sustituía el metal por el cuero endurecido y protegía
integralmente.
Más tarde, en el citado siglo XVI, se dio paso a la adopción
de elementos europeos como el casco morrión o la coraza para el pecho,
originando el llamado tōsei gusoku, una curiosa combinación de características
autóctonas y extranjeras. Por otra parte, el metal volvía a ser protagonista,
esta vez en versión acero, para proteger al samurái de las armas de fuego: la
armadura denominada de bala probada (tameshi gusoku) era capaz de resistir un
disparo de arcabuz.
Al igual que pasa con las europeas, cada pieza de una
armadura japonesa tiene su nombre. Los más conocidos son el dō (un peto que da
nombre a un tipo de armadura, como vimos), el kabuto (un casco que, a su vez,
constaba de varias partes que incrementaban su protección), el mengu (la típica
máscara que cubría el rostro), el haidate (protector de los muslos, equivalente
a las escarcelas), etc. Ahora bien, la armadura se utilizaba con una serie de
complementos. Entre ellos, evidentemente, estaba la ropa, pero también el
vistoso sashimono (una banderola engarzada a la espalda para identificar a qué
bando pertenecía el samurái).
Pero hay una prenda muy llamativa el horo, por su sorprendente concepto. Los horo
se utilizaron desde el período Kamakura (1185-1333) y se decía que el horo
protegía al usuario de las flechas disparadas desde el costado y desde atrás. En
esencia, se trataba de una capa que los samuráis de cierto rango y los mensajeros,
llevaban a la espalda, pero no era una
simple pieza de seda sino un conjunto de tiras cosidas entre sí y atadas a una
especie de armazón interior, hecho de materiales ligeros (mimbre, bambú,
ballenas), que se denominaba oikago y asemejaba una crinolina o miriñaque. Su
función resultaba realmente peculiar: cuando el portador se lanzaba al galope
con su caballo, el horo se hinchaba como un globo envolviendo al samurái y el
oikago le mantenía esa forma.
Oikago |
Acá podremos ver fotos las etapas de modelado, confección y pintura de figuras de plomo en 28 mm realizadas en el Talles de Miniaturas dirigido por Fernando Amo.
El aspecto del samurái resulta bastante llamativo, sin
embargo, no era ésa la razón de ser del horo, sino que actuaba como una
protección extra contra las flechas enemigas cuando éstas venían desde atrás,
clavándose en esa estructura sin llegar al cuerpo. De hecho, parece que había
una versión delantera que se usaba para cubrir la cabeza del caballo en las
cargas. El horo medía casi dos metros, sujetándose por arriba al casco o a la
parte superior de la coraza y por abajo a la cintura, en ambos casos mediante
cordones.
Asimismo, sobre su superficie se pintaba o bordaba el mon,
el emblema del clan. Eso servía para aclararse en medio de la batalla y
distinguir a un amigo de un enemigo, constituyendo así una especie de
estandarte. En ese sentido, se utilizaba igualmente para manifestar la
rendición, sujetando el cordón de sujeción a un anillo del casco mientras se
hacía otro tanto en un estribo. Era, pues, un elemento simbólico a la par que
práctico. Especial, en cualquier caso.
Acá podemos ver las fotos de los modelos terminados, listos para entrar en combate. En este caso se trata de guerreros de Ii Naomasa.
Como tal, estaba reservado a personajes de cierta alcurnia o
a un tsukai-ban, un edecán, mensajero encargado de llevar instrucciones a las
tropas en plena lucha. Por cierto, tanto en un caso como en otro, hay noticias
de que cuando se conseguía abatir al portador de un horo era costumbre cortarle
la cabeza y envolverla en esa capa de seda, en un paralelismo a lo que se hacía
con otros samuráis de menor rango, para cuyas testas se empleaba la tela del
sashimono.
A menudo se dice que el horo fue creado por Hatakeyama
Masanaga, un daimyō que combatió en la Guerra de Ōnin, el conflicto civil que
enfrentó al hermano y el hijo del shogun Ashikaga Yoshimasa por su sucesión. La
contienda empezó en 1467 y duró once años, dando paso al siglo del período
Sengoku, la Era de los Estados Combatientes, en la que los señores más
poderosos lucharon entre sí por proclamarse shōgun. Los dos candidatos a
heredar el shogunato de Yoshimasa se agotaron en aquella matanza interminable sin
vencedor claro y Hatakeyama Masanaga fue uno de los peones de la sangrienta
partida.
No obstante, parece ser que Masanaga sólo habría sido un
usuario especialmente célebre y el horo ya se utilizaba al principio de la
época feudal, durante el período del shogunato Kamakura, que se extendió desde
el año 1185 al 1333 y fue precisamente cuando se asentaron los caracteres más
emblemáticos del Japón.
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